The co-pilot for the crucial Merida-Guatemala section was art producer Roberto Mosquera. We decided that the best way to enter Guatemala was via Belice, both due to Panamerican reasons and due to distance efficiency.
We had barely made it into the Belice borderline through Chetumal when a golden-toothed afro-belizean stopped us with authoritarian airs. His name, he said, was Ernesto. Despite the fact that he was wearing a rather pedestrian outfit, we were so confused that we allowed him to jump into our van and direct us to fumigate our car, change pesos into Belizean dollars with a shady shirtless man in a junky car parked near customs, and then take us to the immigration station. Once there, the immigration agent carefully revised the aluminum tubing for nearly one hour and in the end he liberated the shipment. He unfortunately did not liberate us from Ernesto, who was still there asking for money for “his services” (he wanted $40.) I refused to pay, saying that he never gave us a choice as to whether we wanted to hire him or not. Seeing my growing anger, he settled for $5.
The Belizean landscape from the highway offered few interesting sights, other than the strange combination of central american vegetation with English signage. It was more interesting to enter the town of Orange Walk. As we drove down its congested and narrow main street, with its multicolor houses, fish restaurants and street sellers, we soon understood that we had finally arrived to the inner depths of Panamerica.
San Ignacio was our port of entry into Guatemala, where we arrived barely with enough time to get into the border (in Guatemala the border shuts down at 9pm). Men with huge
Chunks of bank notes in their hands would change almost any currency for Quetzales. Here the border crossing was the easiest to date, as the immigration agents did not even look at our van and quickly stamped our passports.
The next adventure would be the road to Flores, the nearby town to Tikal. Despite the fact that this should be a touristic highway, the first 25 miles of road from the Belice border to Flores is unpaved and rocky enough to destroy anyone’s tires. We suffered for 40 minutes thinking that the whole 200 kilometers would be this way, but in the end the bad road ended. We were rewarded by Flores, an island in the middle of a placid lake and a number of picturesque cobblestone roads.
Rosina Cazali, our host in Guatemala, was waiting for us in the main plaza, now full of demonstrators against Ríos Mont, the ex-president who is held responsible for the killing of many dissidents while in power, and who has been finally charged for human rights violations by a Spanish judge. The topic has created great tensions and divisions between many who still support him and the general population.
On the next day, after one of the SPU talks, artists Jessica Kairé, Naufus Ramirez-Figueroa and Jorge de Leon took us to El Portal, a famous bar located inside a market at the zona 1 (downtown). Jorge de León, an artist who received lots of attention when he had his foot tatooed with a Nike logo, spoke to us about his work at the remote village of Cimientos de la Esperanza and his tumultuous past which included being part of a violent gang, being in prison 13 times and being stabbed in the stomach at a gang fight. He gradually left that life to become involved in art. When we exited El Portal, hundreds of indigenous people who had come to the city for the demonstration were boarding back their many colorful buses that go to all the different towns. When we asked them about why they came to the demonstration, a woman answered: “today is the anniversary of the massacre”.
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Reporte de Belice
Roberto Mosquera, productor de arte de Mérida, fue nuestro copiloto en la crucial fase de penetrar centroamérica. Decidimos que la mejor ruta hacia Guatemala sería Belice, tanto por la distancia como por el espíritu panamericanista.
Apenas entramos a Belice via Chetumal, un afrobelizeño con dientes dorados, de nombre Ernesto, nos detuvo con aires autoritarios. En menos de lo que nos pudimos percatar, Ernesto se subió a nuestra camioneta y en una combinación de frases imperativas e instrucciones ambigüas nos llevó a que fumigáramos nuestro carro y cambiáramos pesos mexicanos a dólares beliceños con un amigo suyo sin camisa estacionado en un carro viejo. Posteriormente nos dirigió a la aduana. Ahí, el agente fronterizo analizó los tubos de aluminio de la escuela por una hora, y al final nos liberó la carga. De lo que no nos liberó fue de Ernesto, que aún estaba ahí esperando a cobrarnos $40 dólares por sus servicios que no habíamos pedido. Al final logramos liberarnos de él por $5 dólares.
El paisaje de Belice no nos ofreció grandes visiones, aunque la combinación de letreros en inglés y vegetación centroamericana nos resultaba altamente extraña. Entramos a la ciudad de Orange Walk, y al transitar por su angosta y congestionada vía principal decidimos que finalmente nos habíamos adentrado en las profundidades de Panamérica.
San Ignacio fue nuestro puerto de entrada a Guatemala, donde apenas llegamos antes de que cerrara la frontera (en Guatemala la frontera se cierra a las 9pm). Hombres con enormes fajos de dinero en la frontera cambian prácticamente cualquier tipo de moneda a Quetzales. Los agentes aduanales en Guatemala ni siquiera se molestaron de examinar la camioneta y de inmediato nos sellaron el pasaporte.
La siguiente aventura fue el tramo de la frontera a Flores, la ciudad más cercana a Tikal. Un tramo de aproximadamente 30 kilometros no está pavimentado, por lo que padecimos cerca de 40 minutos de piedras que seguramente le restaron varios meses de vida a las llantas de la camioneta. La recompensa, sin embargo, fue Flores, una población pintoresca que al amanecer nos reveló un plácido lago y una serie de calles empedradas con casas coloniales.
Rosina Cazali, nuestra anfitriona en Guatemala, nos esperaba en el centro de la ciudad donde actualmente se realizan varias manifestaciones en contra de Ríos Mont, el ex-presidente que actualmente enfrenta un proceso por violación a derechos humanos por parte de un juez español, un tema que ha dividido al país en lo que encara su oscuro pasado de dominio militar.
Al dia siguiente, después de una de las charlas de la EPD, los artistas Jessica Kairé, Naufus Ramirez-Figueroa y Jorge de León nos llevaron a El Portal, un famoso bar localizado en la zona 1 (centro) de Guatemala. Jorge de León, quien recibió mucha atención al hacer una obra que consistió en hacerse un tatuaje de Nike en su tobillo, nos contó de su trabajo en la remota comunidad Guatemalteca de Cimientos de la Esperanza, y su tumultuoso pasado que incluyó formar parte de una pandilla, (mara), estar en prisión trece veces y ser acuchillado en el estómago en una pelea de la misma mara, hasta su gradual distanciamiento de este grupo a través del arte. Cuando salimos de El Portal, cientos de indígenas que habían venido a la ciudad para una manifestación hacían cola para subirse a sus respectivos y coloridos autobuses que colmaban el zócalo y que van a los distintos pueblos. Al preguntarles para qué se habían manifestado, nos dijeron: “hoy es el aniversario de la masacre”.