One could not complete a true trip down Latin America without paying the necessary police quotas down the way. From Nicaragua to Panama, I was stopped around seven times, solicited for bribes on three of them, and freed in one of them (in Costa Rica) after my insistence. As we were exiting Managua (I was joined by Honduran artist Darwin Mendoza as co-pilot) we found a confusing detour that put us in the middle of a small town where they seemed to be holding a horse fair. While we were trying to get out of there, a police car caught us at the critical moment of turning on the wrong street – a true gift for the cops. The authoritarian officer (he resembled Hugo Chavez) lectured us about Nicaraguan traffic laws and revealed that they had a sale for bribes this season: “for an infraction like this, you would need to pay 400 Cordobas, but if you pay here, it is $300”. In Costa Rica we found no special offers for bribes, but the cop there decided to give up after much pleading. Panama showed great sophistication with infractions: according to my Panamanian captor, driving on the left lane of a two-lane road is forbidden if you are not passing someone in particular, even when there was lots of traffic on both lanes like it was the case here. The $100 fine was particularly harsh, but fortunately the Panamanian system also allows for ample room for bribes, so I got on my way by giving $20 to the cop, who said, “but let’s make it clear that this money is going to the local office”. The entrance to the Costa Rican border, through Peñas Blancas, promised to be the least complicated of the whole Central American route. Little did we know that it would be the worst of the whole trip so far. We were unlucky enough to arrive to the inspection point at the moment of the shift, when the most evil inspector took charge. He refused to read any letters or documentation I had and argued that I needed to get permission from the custom office administrator to get through. The administrator, Mr. Everardo, was a timid and seemingly vindictive ugly man who would only talk to people through his secretary. He also ignored any letters or documentation I had and decided I needed to hire a customs agency to get an import permit. Thus a game started, where I was bouncing like a ping-pong ball from office to office. None of the four custom agencies in the border wanted to take my case, arguing that since I was planning to leave through another border they could not handle that kind of paperwork. Finally, one offered to help me nationalize all my possessions, which would involve a tax— and that was the only solution—at a cost of $150 for taxes and $250 for services (also for sale if I did not request a receipt, in which case would be much more). After five hours of paperwork, $400 in fees and bribes, legal and illegal costs, we continued our trip (still six hours more of driving to San Jose). On the road, I kept imagining Mr. Everardo, his assistant, and the custom company agent at the putrid local bar, celebrating their great gains of that day thanks to the SPU.
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Uno no podría completar un verdadero viaje por Latinoamérica sin tener que pagar las cuotas necesarias a la policía por el camino. Desde Nicaragua hasta Panamá, fui detenido alrededor de siete veces, de las cuales tres incluyeron el soborno solicitado, y solo una la libertad a causa de mi mera insistencia (en Costa Rica). Cuando estábamos saliendo de Managua (acompañado por el artista hondureño Darwin Mendoza quien cumplió la función de copiloto) encontramos un desvío confuso que nos metió en el centro de un pequeño pueblo en el que parecía haber una feria de caballos. Mientras tratábamos de salir de allí, un coche de policía nos pilló en el momento crítico cuando girábamos en la calle equivocada — un verdadero regalo para los policías. El oficial autoritario (quien se parecía a Hugo Chávez) nos dio una lectura sobre las leyes de tránsito en Nicaragua y reveló que tenían una venta de sobornos esta temporada: "por una infracción de este tipo, típicamente uno pagaría 400 córdobas, pero si usted paga aquí y ahora, serían solo $300 ". En Costa Rica no encontramos ofertas especiales para los sobornos, pero el policía con el cual nos topamos allí decidió rendirse después de mucho rogar. Panamá mostró gran sofisticación con las infracciones: de acuerdo a mi captor panameño, conducir en el carril izquierdo de una carretera de dos carriles está prohibido si uno no intentando pasar a alguien en particular, incluso cuando hay mucho tráfico en los dos carriles, como era el caso aquí. La multa de $ 100 fue particularmente dura, pero afortunadamente el sistema panameño también permite amplio espacio para los sobornos, por ende pude seguir por mi camino gracias a una donación de $20 al policía, quien dijo, "pero vamos a dejar claro que este dinero se va a la oficina local". La entrada a la frontera de Costa Rica, a través de Peñas Blancas, prometía ser la menos complicada de toda la ruta centroamericana. No teníamos idea que iba a ser la peor de todas las rutas en el viaje hasta entonces. Tuvimos la mala suerte de llegar al punto de inspección justo cuando hubo un cambio de turno y el mas malvado inspector pasó a hacerse cargo. Se negó a leer cualquier carta o documentación que llevábamos y declaró que debía obtener el permiso del administrador de la oficina de la aduana para dejarnos pasar. El administrador, el Sr. Everardo, era un hombre feo, tímido y de aire rencoroso que sólo quería hablar con la gente a través de su secretaria. También ignoró cualquier carta o documentación que le ofrecí y decidió que yo debía contratar una agencia de aduanas para obtener un permiso de importación. Fue así que comenzó un partido en donde yo rebotaba como una pelota de ping-pong de oficina en oficina. Ninguna de las cuatro agencias de la aduana en la frontera quería encargarse de mi caso, argumentando que ya que yo planeaba salir a través de otra frontera, no podían manejar ese tipo de papelería. Finalmente, una sede ofreció ayudarme a nacionalizar todas mis posesiones, lo que implicaba un impuesto—la única solución: $150 de impuestos y $250 de servicios (también para la venta si no solicitaba un recibo, lo cual habría sido mucho más caro). Después de cinco horas de papeleo, 400 dólares en comisiones y sobornos, costos legales e ilegales, continuamos nuestro viaje (con seis horas más para llegar a San José todavía). En el camino, no podía para de imaginarme al Sr. Everardo, su asistente, y el agente de la compañía de encargo en el pútrido bar local, celebrando las ganancias importantes de aquel día, gracias a la SPU.