Bill Clinton delivered one of his most memorable speeches in Oklahoma, as a response to the 1995 bombing: “If anybody thinks that Americans are mostly mean and selfish, they ought to come to Oklahoma. If anybody thinks Americans have lost the capacity for love and caring and courage, they ought to come to Oklahoma.”
We came, indeed, to Oklahoma, and experienced the heart-wrenching museum that memorializes the tragic terrorist bombing of the federal building. The exhibition reviews the fatal day minute by minute in a movie-like manner, including the replica of a meeting room when one can listen to the actual phone recording of a meeting being held just before the bomb set off. A second, more recent exhibition, was about “Terrorism in America”, drawing a clear line from early radical movements in the U.S. up to Al Quaeda. The museum is extremely successful in communicating the pain and the tragedy of the loss of life of average, innocent people, and it feels impossible not to be deeply moved by it or to shed a tear like we did (fortunately, there are convenient Kleenex boxes throughout the museum). And yet we thought that the site, while focusing almost excessively on the gruesome aspects of the tragedy, lacked historical reflection like in many other American museums. Like Susan Sontag wrote about 9/11 right after the event, too much emphasis is placed on our hurting and to little on understanding the causes that prompt such acts. The museum’s exhibition on Terrorism, while clearly trying to cover that area, dances around the issue on whether terrorism is a symptom of a larger problem or if it is simply the product of cruel people who simply hate the American way of life.
The memorial, in contrast, is an elegant and peaceful testimony for an event that clearly marked the city for ages to come. We couldn’t help but to think about New York’s own embattled Ground Zero, still paralyzed by politics and obsession with representation. Which makes us ask the provocative question: is there any room left for art when the mandate is to make everyone happy?
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Bill Clinton dio uno de sus discursos mas memorables en Oklahoma, en respuesta al bombardeo de 1955: “Si cualquiera de ustedes cree que los americanos son por la mayor parte crueles y egoístas, deberían visitar Oklahoma. Si cualquiera de ustedes piensa que los americanos han perdido la capacidad de honrar el amor, el cariño y la valentía, deberían visitar Oklahoma.”
Visitamos, de hecho, a Oklahoma, y pasamos por el conmovedor y deprimente museo que recuerda el trágico bombardeo del edificio federal. La exposición repasa el día fatal, minuto a minuto, como si fuera una película, incluyendo una replica de una sala de reuniones donde uno no puede escuchar la grabación de teléfono real de una reunión que estaba en sesión justo antes de que se detonara la bomba. Una segunda, mas reciente exposición trata sobre “El terrorismo en América”, trazando una clara línea desde los primeros movimientos radicales en los EE.UU. hasta Al Quaeda. El museo de veras logra comunicar el dolor y la tragedia causado por la perdida de esas vidas inocentes, comunes y corrientes, tanto asi, que nos fue imposible contener las lagrimas (afortunadamente, hay cajas de Kleenex muy convenientes alrededor del museo). Y sin embargo, nos pareció que la exhibición, en cuanto se concentraba demasiado en los aspectos horripilantes de la tragedia, carecía de reflexión histórica igual que en otros museos americanos. Tal como escribió Susan Song sobre 9/11 justo después del evento, demasiado énfasis se ha colocado sobre nuestro sufrimiento y demasiado poco en el entender que es lo que causa eventos así. Mientras que la exposición del museo sobre el terrorismo claramente trata de cubrir este asunto, baila alrededor de la cuestión de si el terrorismo es un síntoma proveniente de un problema mayor o si es simplemente el producto de gente cruel que simplemente odia el estilo de vida americano.El monumento, en cambio, es un testimonio tranquilo y elegante para un evento que claramente ha marcado a la ciudad por siglos a venir. No podíamos dejar de pensar en la asediada Zona Cero propia de Nueva York, la cual sigue paralizada por política y la obsesión con la representación. Lo cual alza la cuestión provocante: ¿hay alguna habitación libre para el arte cuando el mandato es hacer a todos felices?